sábado, 12 de diciembre de 2009

(2) víctma de cefalea

…y despiertas frente al monitor sucio de polvo, otra ves ese dolor de cabeza insoportable. Te levantas de ese sillón anaranjado con cómodo respaldo, te pones tus pantuflas y caminas fuera del estudio. Estás solo, caminas por ese pasillo que te lleva a una luz que se ve a lo relativamente lejos que indica que aún quedan algunos rayos de sol en la ventana. Abres el cajón de pastillas y sacas dos cápsulas azules, que son azul marino de arriba y celeste de abajo. Las pones en tu puño derecho y las aprietas.

Das unos diez pasos para entrar a la cocina, prendes la luz y tomas un vaso de vidrio limpio, sirves agua fría en él (puesto que tienes calor a pesar de ser enero) y tomas tu par de pastillas mágicas que te dieron si algún día te sentías tan mal de no reconocer la realidad.

Regresas al estudio, se escucha un poco de música a bajo volumen, es tango. Abres el cajón que está bajo el florero a un costado de tu PC y sacas una cajetilla casi vacía de cigarrillos, tomas el penúltimo y sales al pequeño jardín con el que colinda el estudio, lo enciendes y tienes vagos recuerdos de lo que hiciste ayer. Tu estado emocional es de incertidumbre, no sabes porque estás ahí aspirando humo, pero lo estás. Suena tu teléfono móvil y el escándalo de la música te provoca tal dolor auditivo que caes de rodillas al pasto amarillento seco. Deja de sonar y te levantas, ya no portas nada en las manos. Caminas a pasos apresurados para ver quien se acordaba de ti, Omar Alarcón. No lo vales y lo sabes, no vales la llamada de nadie, has devastado tanto las vidas adolecentes de tus amigos que no lo merecen.

Tienes 19 años y no entiendes en buena medida que sucede a tu alrededor. Antes de llegar al móvil, ves la foto empolvada de tu hermano Daniel junto con alguna contigo y una chica la cual te abraza y se ve contenta de estar contigo, pero no recuerdas quien es…